El tema de la serie era la Navidad en la casa de los Walsh. Irremediablemente regresé muchos años atrás y vi la mesa montada con platillos hechos por las tres familias, las botellas de refresco y alcohol, los adornos, las plantas verdes, el árbol, el nacimiento.
Escuché -desde la habitación pequeña del fondo, llena de fotografías que cronicaban el amor- la música de Manzanero, de Estefan, el Bossa Nova, los ladridos de ‘la Mota’ y los susurros de la televisión.
Te vi a ti, alisándote el cabello negro con el cepillo ancho, untándote el desodorante con el cigarro en la boca color rojo quemado, nerviosa, brillante, con las pestañas largas y los ojos bien grandotes... esperándolo.
Te escuché a ti, entrando a la sala de muebles negros, con tu camisa planchadita, con tu hermana y tu madre; con la sonrisa en pleno, impregnando el lugar con el aroma de una de tus deliciosas colonias... buscándola.
Luego miré cómo ella apresuraba la culminación de su arreglo y escuché tus pasos dirigiéndose a la habitación en que nosotras hablábamos.
Tú traías un vestido de tela fina, con tu color negro.
Tú traías un suéter de esos bonitos y tus zapatos boleaditos.
Tras tu entrada, venía la salida de los tres. Invariablemente ustedes terminaban en la cocina para ayudar con eso de los platos, las copas, los vasos; para ultimar algunos detalles y de paso, para quererse traviesamente a solas, aunque en público.
A tu hermana y a mí se nos daba más la charla, la risa, la burlilla inocente. Así que permanecíamos en el sofá, divertidas.
A tu hermano y a mí, se nos daba más hacernos pendejos; sólo mirarnos como quien ve algo ideal, pero no real, por tanto intocable; así que platicábamos de comics, caricaturas y música, mientras la oportunidad de ser felices se nos iba en cada silencio y en cada elocuente mirada.
Es curioso pero, Brenda, Kelly y hasta Donna, me recordaban a ti; en cambio, a él nunca pude equipararlo con ninguno de los personajes masculinos del programa.
Tampoco yo me reflejaba en nadie de la serie y, sin embargo, siempre sentí que entraba a la casa de los Walsh y que era parte de esa familia.
Viendo el televisor, me viene la escena en la azotea del edificio de Canal del Norte; ahí, bajo las estrellas, brindando con las copas en mano, todos, todas; por el año que se diluía y el que nos tocaba a la puerta; por querernos, por tenernos, deseándonos siempre lo mejor y bendiciendo el momento, bendiciendo ese breve, inolvidable y eterno trozo de felicidad.
Qué buena serie, como bueno el que alguna vez nos pasara algo así, juntos. Y qué fortuna que, aunque Beverly Hills 90210 terminó -como terminó nuestra propia serie- exista no sólo las repeticiones de programa de televisión, sino que exista también la memoria del corazón.
De la serie "El de Hoy..."
Viernes 30 de enero-2004