jueves, 10 de diciembre de 2009

Destinos...


Hicimos el amor
sobre las estrellas y la luna,
literalmente.

Había velas, música y licor,
un lugar común,
que no le restaba delicia a nuestra imagen.

Los libros alrededor,
las piezas de arte y la luz de la luna,
daban mayor luminosidad
a un encuentro, de origen, brillante a medianoche.

Tomé el libro mágico
con el relato inigualable
de prosa melancólica.

Leí con la emoción que me inspiraba tenerte ahí;
materializando el sueño de leerle a alguien
aquel escrito de Benedetti
que cautivó mi corazón, alguna vez.

Escuchabas casi temblando,
conteniendo la ansiedad y la respiración;
el incienso se filtraba por la ventana
y yo, tomaba valor.

Tenías los ojos cerrados
y el alma abierta.
Yo me había cancelado el miedo
y había huido de mí toda razón.

Nada detiene al destino
y nuestro destino era no detenernos.

Convencida,
ofrecí darte el beso que jamás nadie,
y te lo dí.

Segundos después
vi tus lágrimas correr enamoradas,
como lo estaba yo de ti.

Sobre las estrellas,
los besos dulces, los besos duros.

A un costado de la luna,
las caricias precisas, contundentes,
suaves y atrevidas, urgentes…

La sorpresa de quien trasgrede
fue espejo mutuo de ambos rostros;
mas el asombro del naciente y hondo lazo,
fue mayor.

Tú te fuiste a mantener tu simulacro,
yo me quedé tendida sobre el cielo de nuestras pasiones
escuchando la canción que nos hizo historia,
llorando un poco tu ausencia, mi fortuna y mi desgracia a la vez.

Aquel estreno
se volvió hazaña en tu diario no escrito
y la sentencia en el mio.

La luz se nos había encendido
y nuestra historia, cambió.


Eternamente...

De la serie “Ensayos del Silencio…”.10 de diciembre 2009

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hombre en llamas...


No era un loco.

Tampoco un enfermo;
sólo estaba enamorado
y el amor obliga a la locura
y enferma, de vez en vez.

Usualmente,
se empeñaba en gravitar entre las sombras.

Caminaba solo los días y los años
aparentando que lo suyo era una vida.

En la noche su piel reclamaba todavía,
la tibieza de un cuerpo vivo,
el dulce abrazo de alguien para él.

El empuje para salir de casa era la rutina
y, la apatia, el sonido de su obturador.

Estaba cansado.

En algún punto,
las ganas se le convirtieron en lozas de plomo
que no le dejaban volar.

Las figuras de guerreros lo rescataban del marasmo,
mientras la figura de su sangre y de su carne,
el reflejo y perpetuidad de su noble corazón,
se mantenía como su refugio y su razón.

Un día decidió aprender a bailar.

Se atrevió a soltar piernas y brazos,
con la valentía de quien se deshace de
miedos y complejos.

Sacudió con gallardía la cadera,
como quien expulsa de sí,
el polvo que enmohece las ganas.

Decidió modificar su reflejo,
eliminando vicios con la fuerza de los grandes;
se entrenó para cerrar la boca
y abrir la mirada de brillante miel.

Rescató sus viejas canciones
y las fusionó con nuevas melodías
que le inspiraron los mejores pasajes,
cuadros de amaneceres, pobreza, gente,
maravilla, lágrimas, vejez, ausencia,
dolor, color...

Y se permitió coquetear con el papel.

Escribió llorando y sobrio,
y ahogó sus penas en el mar de las estrellas
al que corrió a gritar su nombre,
para exorcizarse aquel amor.

Antes de caer vencido,
su corazón tintó el sueño de su vida
y lo encerró en una botella de cristal,
que descansará en el fondo marino
con el Hombre en llamas,
en una galeria mundial.

Sólo por ella...

De la serie "Ensayos del Silencio..."
12 de noviembre/ 2009

lunes, 19 de octubre de 2009

La Cumbre...


Gritar.

Hay veces en que uno quisiera convertirse en un lamento muy largo, inacabable.



Subir a la cumbre, ahí donde pega el aire, donde se está más cerca de Dios, y sólo gritar.


Ser un aullido entero, ni hombre ni mujer, sólo la expresión sonora del dolor, del sufrimiento de hace mucho; del insoportable desconsuelo que dejó de encontrar cauce en las lágrimas, para deshacerse de tal congoja.

Es que el llanto es, a ciertos niveles, insuficiente para extirparse la lluvia de punzadas clavadas por dentro, que queman, que producen una silenciosa pero insoportable pena, urgida por salir para no pudrirse y pudrirlo todo.

Es una alternativa que surge, cuando el dolor es poco manejable.

Que la pena reviente entonces en un fino y elegante reclamo. En un sonido agudísimo que inicie bajito, como una nota musical que va abriéndose paso para recopilar todas las tristezas contenidas, como hace el agua con las piedras del río.

Un sonido humedecido apenas perceptible, que va elevando el tono hasta ensordecer todos los ruidos del universo.

Que se callen las aves, las hojas que caen o que uno pisa; que no se escuche tampoco el choque de las olas, la marea sobre la playa; que el aullido apague la respiración de los mudos, que no se oigan ni los secretos de los amantes, ni las confesiones de los muertos.

Que nada se escuche que no sea el dolor, grito perfecto, expresión de los pesares, suma de melancolías, desánimos; vehículo incandescente del reclamo, de la impotencia, del origen.

Gritar.

Volverse un entero aullido, un único y prolongado lamento que nos canse, que nos deje sin fuerzas para dolernos.

Tomo mi mochila, mi vieja libreta.

Voy hacia la cumbre.

De la serie "El de Hoy..."

24 de marzo 2005

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Club de la Nostalgia...


Va éste por la nostalgia de los días de escuela, por las noches de juerga, por las borracheras de amistad, por los ratos irrepetibles y eternos de complicidad; por los momentos de irresponsabilidad llenos de inocencia, de rebeldía, de sueños y utopías defendidas a muerte.

Va por el amor que se vive a tope, en todas sus expresiones, formas y direcciones; por el desamor que sufrimos al límite, por los juegos estúpidos, por las discusiones insulsas; por las canciones de culto, por las rolitas bobas que nos unieron más que los genes; por el vacío ante la incertidumbre, por el miedo en la piel y el atrevimiento valiente de nuestras bocas jóvenes e ilusas, exigiendo amor, equidad y justicia.

Va por los viajes largos y cortos que emprendimos, por las aventuras y las correrías dentro y fuera de clases; por las “pintas” y las cátedras en el bar de siempre, más enriquecedoras que las clases dentro del aula, frente a pocos guías y muchos censuradores.

Va por los cuadernos que gastamos en dibujar corazoncitos y estrellitas, en pintar demonios, en escribir “me gustas”, “te extraño”... “te quiero”.

Va por las cervezas y los cigarros que nos desintegraban pulmones y tristezas; por los escapes hacia la nada; por el temor de salir al mundo.

Va por lo que conocimos, por lo que nos faltó; por los experimentos y las osadías; por lo dicho y por el silencio; por lo íntimo; por los besos que llegaron, por los labios prohibidos; por los brazos que cedieron, por las pieles negadas; por las bocas milagrosas, por los ojos-coincidencia.

Va por nuestro encuentro, inédito y esperanzador en la enormidad de una ciudad de muchos, en un mundo inmenso, distanciado y dividido por peligrosas pequeñeces; va por los fallidos encuentros, por la concurrencia de ilusiones, lágrimas, dolores y placeres.

Va por el desencanto; por las risas, las peleas, el hastío; por la suerte de tocarles, de tocarnos el corazón y el alma en algún punto del desconocido camino.

Va por los mios. A quienes siempre están, a quienes ya no escucho. A quienes siento en la distancia, a quienes percibo en el aire limpio. A quienes amo, en verdad, nunca me he ido.

De la serie "El de Hoy..."
28 de marzo, 2004

martes, 22 de septiembre de 2009

A la 'n' potencia...













Hay un espacio en mi dolor para ti,
igual al de mi alegría.

Sin embargo,
si se trata de lágrimas,
no creo que sea inversamente proporcional
al de las sonrisas.

De la serie "Ensayos del silencio"

lunes, 10 de agosto de 2009

Amén...
















Yo siempre le he huido a los templos.

Nunca a Dios.

Pero aquel domingo
sentí la urgencia de entrar a la antigua iglesia de Madero,
de hincarme y llorar, sin explicación,
sin excusas.

Sentía oprimido el corazón y algo de miedo.

Era presa de la incertidumbre,
me invadía la sozobra.

La punzada que me derumbó
ante la luz de las velas
era un aviso,
una señal que en ese momento,
no entendí.

Después de todo,
cómo iba a saber yo que aquella tarde
lloraba anticipadamente la muerte del amor.

Y aquel desconsuelo,
era apenas el principio.

De la serie "Ensayos del Silencio..."

viernes, 7 de agosto de 2009

Siglos nuevos...


Mis pantalones nuevos hacen ver a mis zapatos, más viejos.


Una solución, he pensado,
podría ser que mi guardarropa
fuera todo viejo o todo nuevo;
así no habría ambiguedad, ni disputa.

El problema radica en que
los objetos nuevos me gustan tanto,
que conservarlos conmigo hasta que envejecen,
es una extravagante muestra de amor y gratitud.

Me cuesta soltarlos.

Puede probarlo la chamarra azul,
el legendario y desgastado chaleco gris,
la pluma con la que escribo, las libretas que guardo,
los zapatos que hoy calzo...

Los recuerdos que mantengo.

Y por supuesto,
mi añejo amor por ti.

De la serie "Ensayos del Silencio"

viernes, 24 de julio de 2009

Efectos de ti...



Enmudecer, temblar, sonreír;
perder la memoria,
el habla y las palabras.


Extraviar el sentido del tiempo,
sentirse valiente y cobarde;
amanecer con un torbellino por dentro
que genera paz en lo profundo.


La alegría suplantando a la tristeza,
la felicidad curando el dolor;
los besos sanando la herida.

El alma flotando de amor.

Cambiar lágrimas por sonrisas,
sollozos por suspiros,
caídas por vuelo;
gusanos por mariposas.

Dolor inacabable por orgasmos perpetuos.
El fuego incendiándolo todo,
la piel ardiendo; la boca explorando,
el miedo cediendo.

Mirarse como hacen los ciegos,
con la palma de las manos,
con la punta de los dedos.

Probarse con urgencia,
abandonarse sin recelo.

Estremecerse.
Estallar.
Quedar en blanco...
como la hoja y como la luna.

Volver a amar.

De la serie "Ensayos del Silencio"
16 de marzo-24 de julio/2009

viernes, 29 de mayo de 2009

Llorar en carretera...



Llorar en carretera;
a 120 kilómetros por hora,
quizá a 140.



Fijar la mirada al frente,
en la línea inalcanzable llamada horizonte;
en el borde llamado tú.

Llorar a galope,
llorar a velocidad
y sin posibilidad de meter freno;
llorar pese a la curva, a la noche.

Pensar nada y diluirse en sales;
avanzar de Tulum a Cancún
con la esperanza hecha agua.

Llorar sobre las almohadas,
en las calles, en la oficina,
abordo de un taxi;
volando en un avión que reza por caerse.

Llorar en tu ciudad...
en la mia;
en ésta que a veces nos es ajena.

Llorar a la hora de la comida
y en la cena;
hambrienta...

Llorar en el mar,
en la espesura de la selva,
en el asfalto;
al norte, al sur,
llorarte en otras tierras.

Llorar sola.

En medio de la fiesta,
en la sala de un cine,
en el vagón del metro,
en el parque,
en una cafetería,
en el bar...

Llorar desnuda.
Frente a la libreta,
sobre la hoja,
con la pluma,
con el estómago.
Sin tinta.

Llorarte temblando,
con el puño estampado en la pared,
con el desgarro del alma,
delirando sin fiebre, loca.

Dolerse como animal,
herido, vulnerable.

Llorarte
con lágrimas que no hacen ruido.

Cómo he podido amarte
si desde el principio me has hecho llorar.

De la serie "Ensayos del Silencio"
01 de febrero/ 2009
Tulum, Quintana Roo

domingo, 17 de mayo de 2009

De luto...


Te dejo frente al mar,
descifrándote sola.
Sin mi pregunta a ciegas,
sin mi respuesta rota.



Antes de que acabe el día,
sé que será una larga noche.

Me iré de la oficina
con las manos dentro de los bolsillos
y los ojos enrojecidos,
con la tristeza atorada en la garganta.

Tú también te me fuiste;
te has diluido
como todo lo que se ha diluido en mi vida.

Tú, vocero de mi corazón coraza,
fulano que me enseñó a decir te quiero;
cómplice que me mostró la táctica y estrategia
para amar a una mujer desnuda y en lo obscuro.

Tú, que supiste tintar mis utopías
y me inspiraste a "no congelarme el júbilo,
a no querer con desgana".
A evitar que los párpados cayeran,
pesados como juicios.
A no salvarme.

Qué mal me ha sentado, por Dios,
que sólo te me quedes en las venas,
en los besos que di entregando el alma.
En la punta de los dedos,
en el sabor de las caricias;
en las hojas que tejen la historia de mis pasos...
En el vagón de un tren en donde dos,
ya no viajamos.

Qué falta me harás, Mario,
para llorar en complicidad
los amores que ya no son.
Para llorar por aquella que ya no soy.

Te vas sin saber que fuiste
fusil para pelear batallas...
ésas por las que vale la pena morir.
Te marchas ignorando
que juntos fuimos a recitarle
a un balcón que nunca existió;
sin enterarte que te usé
para explicarle mejor,
que vale la pena intentar el amor.

Traidor. Huyes cuando este mundo miserable
se envilece un poco más después de tu ausencia.
Te vas cuando decidí esconderme de tus versos,
y me haces volver a ellos
sabiendo que me abres de nuevo todas las heridas.

Te vas sabio y piadoso,
viejo genial y tramposo,
con la certeza de que en uno de tus tantos versos
me reencontraré.

De la serie "Ensayos del Silencio"
17 de mayo/ 2009

miércoles, 11 de marzo de 2009

Volver a empezar...



















Me tiemblan la piel y el alma;
Se me encoge de miedo el corazón.

Se me llenan de lágrimas los ojos
y se me ilumina la cara
con una recurrente
e inocultable sonrisa.

Se encienden de rojo los focos,
todas las alarmas se activan en señal de alerta
y suspiro estrellas y burbujas de jabón,
con aroma a una fruta que se ha vuelto secreto.

Después del naufragio
sigo pensando que Dios es sabio y bueno.

Y volteo la vista a mirar que me mira,
entonces comprendo que todo este tiempo de sal,
estuvo barnizándome con miel el corazón
para sanar... para volver a empezar.

De la serie “Ensayos del silencio”
09 de marzo/ 2009

martes, 3 de marzo de 2009

Recetas...

Ser fuerte.
Será más fácil en la noche o en el día?

Dentro de casa o en las calles.

Sobre la arena o sumergida en el mar.

En el cine o mirando la última renta.

Salir adelante.
Será más sencillo si te escucho o si callas.
Si me aparto o dejo que me invada la memoria.
Si me desvío de tus pasos o los sigo a distancia.

Sanarme / superarte / levantarme / seguir…
Fingir que sucede ante los otros y ante mí,
para no reconocerme emocionalmente torpe
y de frágil corazón.

Echarle ganas.
Y no resultar molesta con mi letanía de dolores,
con la pena a cuestas,
con el sufrimiento como carta de presentación,
con la rajadura del alma totalmente expuesta.

Darle la vuelta.
Acaso mejor convenga arrancar la hoja.
Quemar la libreta.
Desintegrar el libro de nuestra historia ya muerta.

Dejarte ir.
Arrancarme la memoria.
Pensarte sueño o pesadilla.
Maldecir o renegar hincada ante tu boca.

Perdonar.
Cuando nada reprocho y todo comprendo.
Dejar los rencores.
Cuando ni siquiera me alcanza el dolor para odiarte.

Orar.
Al Dios que he hartado;

a los ángeles que me han abandonado.
Acudir a los amigos, de oírme fastidiados;
al demonio que me invita a maldecir y cobrarte lágrimas.

Pudrirme.
No suena tan mal… ni estoy tan lejos.


De la serie "Ensayos del silencio"
12 de febrero 2009

sábado, 14 de febrero de 2009

Extraordinarios entre ordinarios...


Tener una canción de amor es maravilloso.


Tener varias, es una fortuna.



Sin embargo, bailar una canción de amor es completamente extraordinario.

No importa el lugar, la fecha, la hora, ni la pieza en sí; la magia consiste en que todo desaparece y no hay nada más.

Sólo están ahí los ojos que se vuelven un pozo hondo; un túnel luminoso, un manantial en donde se reflejan las estrellas.

Sólo se escucha al fondo, la música que se hace una con el latido del corazón, con el pulso.

Acaso se escuche en el cercano aliento, un tenue murmullo que no es mas que la fuga del alma.

Si los pies son torpes tampoco importa mucho, porque no existe el piso y los brazos se vuelven alas.

La emoción es tanta, que falta el aire, que el corazón no aguanta y comienza a derretirse, a buscar escape, a empañar las pupilas, a caminar por las mejillas, sin que nada se pueda hacer para evitarlo.

Es verdad que el tiempo se detiene y se piensa que es un milagro el que dos se encuentren y se reconozcan únicos entre millones.

Extraordinarios entre ordinarios.


En ese móvil abrazo uno tiembla con esa mezcla de seguridad y miedo.

Es la certeza por saberse en otra mirada; es el temor a que aquello sea un sueño como lo es aquel baile; es el terror a que alguna vez acabe, como acaban la canción y el amor.

Pero hay discos que son interminables. Música que se baila durante toda la vida; sonidos que aunque pasan de moda, sortean el tiempo y nos reviven aquella primera emoción, cuando sin importar el escenario, la fecha, la hora o la pieza, nos atrevimos a salir a la pista de la vida a bailar una canción de amor. La nuestra.

De la serie “Ensayos del silencio”
03 de enero 2009

domingo, 18 de enero de 2009

De tarde en tarde...









¿Alguien se ha detenido a mirar la tarde?


Desde hace algunos meses me he aficionado a contemplar todo cuanto encuentro a mi paso.

En especial, me declaro seducida por las tardes de invierno.

Pareciera como si todo fuese un paisaje irrepetiblemente hermoso a los ojos; un banquete de imágenes que alimentan, que alegran, que transportan, que humedecen, que sorprenden, que salvan. Que inyectan algo de fe.

Primero, la luz de las tres de la tarde en otoño; pero prefiero la de las cuatro, en invierno.
La que sortea la espesura de los árboles; la que se refleja en el mar del Caribe, la que se cuela entre los soberbios hoteles; la que se acuesta sobre el horizonte y se convierte en el ocaso.

La que se filtra por la ventana para iluminar un hogar; la que viene a despedirse mientras tecleamos, intentando neciamente que las mentiras se arrodillen ante la verdad.

La calle está sola. Suele estarlo cuando salgo rumbo al futuro. El viento me hace el favor de soplar. Despliego las alas.

A veces juego al ciego. Camino y cierro los ojos; aspiro el perfume de la tarde y casi logro volar, pero me vence el miedo a tropezar y accedo a reabrir ventanas.

Me entretengo entonces con mi sombra sobre la calle.
De hecho, soy yo quien persigue a mi sombra. Le sigo los pasos y miro sus movimientos, sus manos en trazo ligero pero intenso, simulando que dirigen la orquesta de sombras blancas; su caminar ligero, cotidiano, despreocupado. Qué libre me parece mi sombra.

La niña que asoma medio cuerpo por la ventana de un auto blanco, me distrae, y luego giro para ver el movimiento de las ramas y las hojas; el taxi detenido a un costado de la brecha en donde los choferes compran la droga o entran a orinar; la mujer que es paseada por su perro; el vecino que va rumbo al gimnasio; los chaterreros que buscan dentro de los botes de basura; la señora que vuelve de trabajar. Apenas si distingo al centro del Ombligo Verde, el copete de la Catedral.

En mis oídos suena algo, algo de la carpeta de El Duelo, Anestesia, Escencia, Geniuos... hasta que llego a la esquina y me detengo a esperar, a bailar, a cantar, a sonreir si la canción me hizo feliz o a llorar si me condujo a ti.

Todo pasa en minutos, largos como la eternidad...Y yo pienso en el desperdicio de estas tardes irrepetibles, irrecuperables. En esta magia que se va, y que al mismo tiempo permanece aquí, siempre aquí.

De la serie "Ensayos del Silencio.

viernes, 9 de enero de 2009

Y seguimos...

Breve soy, faltan palabras;
sólo atino a que escape el encuentro,
a que huya del olvido
y se imprima con tu color.

Nueva voz me habla dulce al oído,
nueva luz brilla y me guía hacia su camino,
me desnudo ante su resplandor que me seduce y me dejo llevar por un canto que no me es desconocido.

Escucho atenta de su mundo que leo en vivo, y logra maravillarme su espacio cosmopolita en tonos de tierra y verde.


Sin misericordia me dibujan sus manos los elementos que vencen mi fortaleza,
huele su sombra a sonrisa, corazón, justicia e inteligencia.

Miro el mar de los tristes con mayor tristeza,
le reclamo un par de cosas antes de agradecerle otras.


Le reprocho distancia y sal,
le agradezco el dulce enlace de tu mitad y mi mitad.

Y seguimos...


De la serie "El de hoy..."

viernes, 2 de enero de 2009

Estoy...

Un nuevo día se abre paso, como el sol y como las 365 lunas que son para mí.

Son los primeros rayos de la nueva vida y han venido a decirme, antes que a nadie, que no sólo en el horizonte amanece.

También se amanece en el corazón, invadido de oscuridad; se amanece más allá de las derrotas, del dolor y de las sombras; más allá de la impredecible opacidad.

Aquí, en el silencio, las primeras olas me confían que siempre hay oportunidad para volver a brillar.

En aquella línea horizontal admiro el futuro, me crece la esperanza. Vuelvo, en este mar de sales, soles y solos, a recuperar la fe.

No sé cómo sucede. Escucho voces sin haber enloquecido. Susurros que en la nuca me invitan y sacuden para no ceder.

Me cruza de lleno el 2008 que se ha ido.

Estampas llenas de risas y amigos, de lágrimas y soledad; de retos y temores, de rabia y asco. De sorpresas y certezas, de dudas y confusiones. De éxito y fatalidad.
De amores amalgamados en miel y acero que de pronto se convierten en amargas y simples cenizas. Irrecuperables.

Me vuelve el temblor del cuerpo. Se asoma entonces la espina del cacto y vuelvo a sangrar. Por un instante mis ojos se vuelven un lago y luego una enrojecida llama.

Separo la mirada del paisaje y me encierro lo suficiente como para encontrar dentro de toda mi turbulencia, un poco de calma.

Comprendo entonces que el océano nos trae centenas de lecciones, pero sólo debemos tomar las indicadas y soltar aquella basura que pueda llegar a amargarnos el corazón, a ensuciarnos el alma.

Finalmente el viento se lleva todo y el tiempo, luego de sanar, recubre el pasado con aquello que llamamos olvido.

Qué condena la de aquellos que son olvidados, que pasaron sin pasar. Que marcan sin dejar huella.

Entre las rocas y la arena pienso en los brazos que me han abrigado durante toda mi vida. Qué bendición.

En especial me concentro en aquellos que desde hace algunos meses me han abrazado en lo particular.

Su mano, su mesa para beber, su hombro para llorar. Su solidaridad para escuchar sin señalar. Su tinta para nutrir y acompañar. Sus ojos para reencontrarme, su palabra para reconocerme. Su inacabable confianza. Su inexplicable fe.

Están aquí y allá… en todos los lugares en donde mis pies han caminado. Se encuentran en donde mi alma se pudo estacionar a conversar, al menos alguna vez.

Estoy llorando. La marea me dice que ha valido la pena los tres clavos, las espinas, incluso la última estocada en el costado.

Si eso me regresa al amor que no se ha ido, al que siempre ha estado y estará… al que no muere, siempre valdrá la pena.

Esta vez me sonrío. En la boca tengo sólo gracias, para los que en bien y para los que en mal.

Son mi historia.

La estrella
me dice que estás.
2009… aquí estoy.

De la serie “Ensayos del silencio”
Enero 2009