sábado, 14 de febrero de 2009

Extraordinarios entre ordinarios...


Tener una canción de amor es maravilloso.


Tener varias, es una fortuna.



Sin embargo, bailar una canción de amor es completamente extraordinario.

No importa el lugar, la fecha, la hora, ni la pieza en sí; la magia consiste en que todo desaparece y no hay nada más.

Sólo están ahí los ojos que se vuelven un pozo hondo; un túnel luminoso, un manantial en donde se reflejan las estrellas.

Sólo se escucha al fondo, la música que se hace una con el latido del corazón, con el pulso.

Acaso se escuche en el cercano aliento, un tenue murmullo que no es mas que la fuga del alma.

Si los pies son torpes tampoco importa mucho, porque no existe el piso y los brazos se vuelven alas.

La emoción es tanta, que falta el aire, que el corazón no aguanta y comienza a derretirse, a buscar escape, a empañar las pupilas, a caminar por las mejillas, sin que nada se pueda hacer para evitarlo.

Es verdad que el tiempo se detiene y se piensa que es un milagro el que dos se encuentren y se reconozcan únicos entre millones.

Extraordinarios entre ordinarios.


En ese móvil abrazo uno tiembla con esa mezcla de seguridad y miedo.

Es la certeza por saberse en otra mirada; es el temor a que aquello sea un sueño como lo es aquel baile; es el terror a que alguna vez acabe, como acaban la canción y el amor.

Pero hay discos que son interminables. Música que se baila durante toda la vida; sonidos que aunque pasan de moda, sortean el tiempo y nos reviven aquella primera emoción, cuando sin importar el escenario, la fecha, la hora o la pieza, nos atrevimos a salir a la pista de la vida a bailar una canción de amor. La nuestra.

De la serie “Ensayos del silencio”
03 de enero 2009