lunes, 10 de agosto de 2009

Amén...
















Yo siempre le he huido a los templos.

Nunca a Dios.

Pero aquel domingo
sentí la urgencia de entrar a la antigua iglesia de Madero,
de hincarme y llorar, sin explicación,
sin excusas.

Sentía oprimido el corazón y algo de miedo.

Era presa de la incertidumbre,
me invadía la sozobra.

La punzada que me derumbó
ante la luz de las velas
era un aviso,
una señal que en ese momento,
no entendí.

Después de todo,
cómo iba a saber yo que aquella tarde
lloraba anticipadamente la muerte del amor.

Y aquel desconsuelo,
era apenas el principio.

De la serie "Ensayos del Silencio..."

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