miércoles, 2 de enero de 2008

Didáctica Nocturna...


La noche lo tiene todo. Las lunas suelen traer consigo respuestas y lecciones.

La luz del día atrae las decisiones.

Realidad y ficción se fusionan en la oscuridad y bajo las estrellas, como en una surrealista novela pinceleada por sonidos, colores, texturas, aromas, sabores, amores... Y desamores.

En la burbuja nocturna existe espacio para el asomo de dudas que ni la tímida y temprana llama de sol consigue extinguir.

Y es que durante la noche se desarrollan conversaciones, escenas, encuentros y adioses; pérdidas anunciadas con anticipación, pero disminuidas por una ingenua esperanza.

Junto a la magia y bajo el cielo de carbón se hilan enlaces inexplicablemente perturbadores, intensos, profundos y apasionantes.

Algo en la piel surte efecto y el imán interior reacciona a su compatible en otro cuerpo. La cordura suele retirarse; la excitación de la carne y del alma no siempre entienden de lealtades... ni ajenas, ni propias.

Es bajo la luna cuando salen los antifaces y caen otros tantos. Se abren corazones o se cancelan los pases que permitían entrada directa hacia el alma. Se construyen historias o se destruyen sin remedio.

Ante las estrellas los ojos se cruzan con decenas de distintas miradas, hambrientas de formar coincidencia en una sola que sea tan transparente como para reflejarse en sus aguas, para beberse sus besos y sus versos, los tenga o no.

Los labios hacen lo suyo y se enlazan entre dulces promesas o entre seductoras proposiciones; se susurran cosas que sólo la mirada puede confirmar o desmentir casi al instante.

Silente lenguaje el suyo, la contundencia de la mirada es total. Pero los ojos no sólo hablan, invitan y confiesan.

Los ojos besan mejor que los propios besos.

El perfume de la noche enamora. Uno se encuentra con aromas que ahuyentan; pero qué bendición es toparse con aquellos que encadenan la memoria y el corazón para siempre, congelando lapsos de vida y sentimiento en el tiempo.

La ausencia de aroma es de los mayores pecados. Quien no huele a nada no existe, no es. Pasa desapercibido como quien transita frente a un ciego; como un espíritu para quien logra ver.

Por eso el perfume de la noche es seductor; huele a bohemia, a espiritualidad y a sexo; a letras, a música, a soledad, a cansancio y a solidaridad. La noche huele a pecado y a perdón.

Su sabor prohibido, sabe también ser cotidiano. Es la figura del equilibrio entre el dulce y amargo, como la miel y la leche, como la hiel y el vinagre; como a las fresas y el vino.

Hay quienes saben a esperanza e ilusión... y quienes en segundos adquieren el doloroso sabor del desencanto, del final.

Hasta la luna de hoy, ya pocos anhelan el sabor de la eternidad; por eso su sabor y condimento es el de la fugacidad.

Buenas noches...


De la serie "El de Hoy"
26 de abril/2003

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