domingo, 28 de diciembre de 2008

Estrictamente personal...



Viendo uno de esos capítulos añejos de Beverly Hills 90210, la nostalgia se apoderó fuertemente, no de mi memoria convencional, sino de la que guarda el corazón.

El tema de la serie era la Navidad en la casa de los Walsh. Irremediablemente regresé muchos años atrás y vi la mesa montada con platillos hechos por las tres familias, las botellas de refresco y alcohol, los adornos, las plantas verdes, el árbol, el nacimiento.

Escuché -desde la habitación pequeña del fondo, llena de fotografías que cronicaban el amor- la música de Manzanero, de Estefan, el Bossa Nova, los ladridos de ‘la Mota’ y los susurros de la televisión.

Te vi a ti, alisándote el cabello negro con el cepillo ancho, untándote el desodorante con el cigarro en la boca color rojo quemado, nerviosa, brillante, con las pestañas largas y los ojos bien grandotes... esperándolo.

Te escuché a ti, entrando a la sala de muebles negros, con tu camisa planchadita, con tu hermana y tu madre; con la sonrisa en pleno, impregnando el lugar con el aroma de una de tus deliciosas colonias... buscándola.

Luego miré cómo ella apresuraba la culminación de su arreglo y escuché tus pasos dirigiéndose a la habitación en que nosotras hablábamos.

Tú traías un vestido de tela fina, con tu color negro.

Tú traías un suéter de esos bonitos y tus zapatos boleaditos.

Tras tu entrada, venía la salida de los tres. Invariablemente ustedes terminaban en la cocina para ayudar con eso de los platos, las copas, los vasos; para ultimar algunos detalles y de paso, para quererse traviesamente a solas, aunque en público.

A tu hermana y a mí se nos daba más la charla, la risa, la burlilla inocente. Así que permanecíamos en el sofá, divertidas.

A tu hermano y a mí, se nos daba más hacernos pendejos; sólo mirarnos como quien ve algo ideal, pero no real, por tanto intocable; así que platicábamos de comics, caricaturas y música, mientras la oportunidad de ser felices se nos iba en cada silencio y en cada elocuente mirada.

Es curioso pero, Brenda, Kelly y hasta Donna, me recordaban a ti; en cambio, a él nunca pude equipararlo con ninguno de los personajes masculinos del programa.

Tampoco yo me reflejaba en nadie de la serie y, sin embargo, siempre sentí que entraba a la casa de los Walsh y que era parte de esa familia.

Viendo el televisor, me viene la escena en la azotea del edificio de Canal del Norte; ahí, bajo las estrellas, brindando con las copas en mano, todos, todas; por el año que se diluía y el que nos tocaba a la puerta; por querernos, por tenernos, deseándonos siempre lo mejor y bendiciendo el momento, bendiciendo ese breve, inolvidable y eterno trozo de felicidad.

Qué buena serie, como bueno el que alguna vez nos pasara algo así, juntos. Y qué fortuna que, aunque Beverly Hills 90210 terminó -como terminó nuestra propia serie- exista no sólo las repeticiones de programa de televisión, sino que exista también la memoria del corazón.

De la serie "El de Hoy..."
Viernes 30 de enero-2004

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