miércoles, 17 de diciembre de 2008

El tren...

A mi me pasa que a veces quisiera recargar mi cabeza en las piernas de alguien y soltarme a hablar, tendida, semidespierta, como un ferrocarril que en su marcha va humeando millones de palabras incoherentes, sin ilación.

Y quisiera dormir, caer en un sueño profundo y sólo hablar y hablar, a lo tonto, sacar todo lo que llevo, así, a lo idiota, sólo por sacarlo, como hacen las personas con fiebre, esas que deliran y se exhiben por dentro sin poder pararse, sin conciencia de que deben callar.

Pero otras veces me pasa que aunque quiero hablar, me es imposible. No puedo. Me quedo como un sepulcro que se guarda sus palabras, sus sentimientos, sus acciones, sus pensamientos...todo.

Y luego quisiera volar. Elevarme como hacen las aves y como hacen los sueños; que esas palabras sin tino ni sentido levitaran durante el día, hasta volverse nube o se reventaran al caer la noche, para convertirse en estrellas.

El objetivo es vaciarse. Quedarse hueco de palabras, de significados y significantes inducidos, creados, inventados, contaminados. El reto es limpiarse de las palabras negras, pero también de las otras, de aquellas que nos atan por su maravillosa escencia de sonrisa.

Yo quiero vaciarme de todo ahora, borrarme los tatuajes de la sangre, para mirarte con ojos nuevos, para besarte sin nombres que no sean las letras de ti.

¿Serán los astros intensas confesiones que humean desde los trenes en marcha, secretos que levitan hasta volverse nube o sueños que estallan?

De ser así, yo sería una gran fábrica de nuevas y nutridas constelaciones. Sólo falta que halle el momento y la fe, para soltarme a hablar, a hablar... a hablar.

De la serie "El de Hoy..."
Noviembre 2004

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