domingo, 18 de enero de 2009

De tarde en tarde...









¿Alguien se ha detenido a mirar la tarde?


Desde hace algunos meses me he aficionado a contemplar todo cuanto encuentro a mi paso.

En especial, me declaro seducida por las tardes de invierno.

Pareciera como si todo fuese un paisaje irrepetiblemente hermoso a los ojos; un banquete de imágenes que alimentan, que alegran, que transportan, que humedecen, que sorprenden, que salvan. Que inyectan algo de fe.

Primero, la luz de las tres de la tarde en otoño; pero prefiero la de las cuatro, en invierno.
La que sortea la espesura de los árboles; la que se refleja en el mar del Caribe, la que se cuela entre los soberbios hoteles; la que se acuesta sobre el horizonte y se convierte en el ocaso.

La que se filtra por la ventana para iluminar un hogar; la que viene a despedirse mientras tecleamos, intentando neciamente que las mentiras se arrodillen ante la verdad.

La calle está sola. Suele estarlo cuando salgo rumbo al futuro. El viento me hace el favor de soplar. Despliego las alas.

A veces juego al ciego. Camino y cierro los ojos; aspiro el perfume de la tarde y casi logro volar, pero me vence el miedo a tropezar y accedo a reabrir ventanas.

Me entretengo entonces con mi sombra sobre la calle.
De hecho, soy yo quien persigue a mi sombra. Le sigo los pasos y miro sus movimientos, sus manos en trazo ligero pero intenso, simulando que dirigen la orquesta de sombras blancas; su caminar ligero, cotidiano, despreocupado. Qué libre me parece mi sombra.

La niña que asoma medio cuerpo por la ventana de un auto blanco, me distrae, y luego giro para ver el movimiento de las ramas y las hojas; el taxi detenido a un costado de la brecha en donde los choferes compran la droga o entran a orinar; la mujer que es paseada por su perro; el vecino que va rumbo al gimnasio; los chaterreros que buscan dentro de los botes de basura; la señora que vuelve de trabajar. Apenas si distingo al centro del Ombligo Verde, el copete de la Catedral.

En mis oídos suena algo, algo de la carpeta de El Duelo, Anestesia, Escencia, Geniuos... hasta que llego a la esquina y me detengo a esperar, a bailar, a cantar, a sonreir si la canción me hizo feliz o a llorar si me condujo a ti.

Todo pasa en minutos, largos como la eternidad...Y yo pienso en el desperdicio de estas tardes irrepetibles, irrecuperables. En esta magia que se va, y que al mismo tiempo permanece aquí, siempre aquí.

De la serie "Ensayos del Silencio.

viernes, 9 de enero de 2009

Y seguimos...

Breve soy, faltan palabras;
sólo atino a que escape el encuentro,
a que huya del olvido
y se imprima con tu color.

Nueva voz me habla dulce al oído,
nueva luz brilla y me guía hacia su camino,
me desnudo ante su resplandor que me seduce y me dejo llevar por un canto que no me es desconocido.

Escucho atenta de su mundo que leo en vivo, y logra maravillarme su espacio cosmopolita en tonos de tierra y verde.


Sin misericordia me dibujan sus manos los elementos que vencen mi fortaleza,
huele su sombra a sonrisa, corazón, justicia e inteligencia.

Miro el mar de los tristes con mayor tristeza,
le reclamo un par de cosas antes de agradecerle otras.


Le reprocho distancia y sal,
le agradezco el dulce enlace de tu mitad y mi mitad.

Y seguimos...


De la serie "El de hoy..."

viernes, 2 de enero de 2009

Estoy...

Un nuevo día se abre paso, como el sol y como las 365 lunas que son para mí.

Son los primeros rayos de la nueva vida y han venido a decirme, antes que a nadie, que no sólo en el horizonte amanece.

También se amanece en el corazón, invadido de oscuridad; se amanece más allá de las derrotas, del dolor y de las sombras; más allá de la impredecible opacidad.

Aquí, en el silencio, las primeras olas me confían que siempre hay oportunidad para volver a brillar.

En aquella línea horizontal admiro el futuro, me crece la esperanza. Vuelvo, en este mar de sales, soles y solos, a recuperar la fe.

No sé cómo sucede. Escucho voces sin haber enloquecido. Susurros que en la nuca me invitan y sacuden para no ceder.

Me cruza de lleno el 2008 que se ha ido.

Estampas llenas de risas y amigos, de lágrimas y soledad; de retos y temores, de rabia y asco. De sorpresas y certezas, de dudas y confusiones. De éxito y fatalidad.
De amores amalgamados en miel y acero que de pronto se convierten en amargas y simples cenizas. Irrecuperables.

Me vuelve el temblor del cuerpo. Se asoma entonces la espina del cacto y vuelvo a sangrar. Por un instante mis ojos se vuelven un lago y luego una enrojecida llama.

Separo la mirada del paisaje y me encierro lo suficiente como para encontrar dentro de toda mi turbulencia, un poco de calma.

Comprendo entonces que el océano nos trae centenas de lecciones, pero sólo debemos tomar las indicadas y soltar aquella basura que pueda llegar a amargarnos el corazón, a ensuciarnos el alma.

Finalmente el viento se lleva todo y el tiempo, luego de sanar, recubre el pasado con aquello que llamamos olvido.

Qué condena la de aquellos que son olvidados, que pasaron sin pasar. Que marcan sin dejar huella.

Entre las rocas y la arena pienso en los brazos que me han abrigado durante toda mi vida. Qué bendición.

En especial me concentro en aquellos que desde hace algunos meses me han abrazado en lo particular.

Su mano, su mesa para beber, su hombro para llorar. Su solidaridad para escuchar sin señalar. Su tinta para nutrir y acompañar. Sus ojos para reencontrarme, su palabra para reconocerme. Su inacabable confianza. Su inexplicable fe.

Están aquí y allá… en todos los lugares en donde mis pies han caminado. Se encuentran en donde mi alma se pudo estacionar a conversar, al menos alguna vez.

Estoy llorando. La marea me dice que ha valido la pena los tres clavos, las espinas, incluso la última estocada en el costado.

Si eso me regresa al amor que no se ha ido, al que siempre ha estado y estará… al que no muere, siempre valdrá la pena.

Esta vez me sonrío. En la boca tengo sólo gracias, para los que en bien y para los que en mal.

Son mi historia.

La estrella
me dice que estás.
2009… aquí estoy.

De la serie “Ensayos del silencio”
Enero 2009